Diario del Huila

¿Hacia dónde gira el cambio?

Ago 13, 2022

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Ernesto Cardoso Camacho

A riesgo de volverse monotemático en criterio de algunos amables lectores, es inevitable seguir opinando acerca de la marcha de la Nación ahora que se inicia una nueva historia en la democracia colombiana.

Con la enorme carga simbólica registrada en la pomposa ceremonia de posesión; donde quizás lo más relevante fuera la inmediata orden presidencial de trasladar la espada de Bolívar a la plaza donde el pueblo coronaba a su nuevo soberano; inaugurando así el ejercicio del poder derivado del sistema democrático, ha comenzado esa nueva historia. Interesante paradoja. La espada de Bolívar como símbolo majestuoso de la nueva independencia libertaria. Pero, además, la consolidación de la autoridad presidencial sobre las fuerzas militares y a su vez, la fidelidad institucional de éstas con la democracia.

Del discurso presidencial mucho se ha dicho y escrito. Por ello me limitaré a expresar que no obstante su tono conciliador y democrático, permitió traslucir la enorme carga ideológica que lo caracteriza.

La ruta así marcada permitió generar la expectativa con relación a las promesas del cambio, al tiempo que despejará o confirmará la sensación de incertidumbre que todo cambio genera en la vida institucional del sistema democrático; especialmente en una Nación como la nuestra donde por primera vez llega al ejercicio del poder un presidente alternativo al esquema republicano; desgastado y rechazado por acumular crecientes privilegios y por la rampante corrupción de los partidos que lo han usufructuado para sus propios beneficios.

La primera sensación que se percibe con la conformación del gabinete ministerial, permite establecer que el Pacto Histórico como coalición dominante del escenario político nacional, tendrá en el gobierno y en el congreso la enorme responsabilidad de no frustrar tantas ilusiones y expectativas. Para ello, al parecer, contará con la colaboración política del liberalismo, del conservatismo santista y del partido de la U; colectividades que han ingresado a colaborar como partidos de gobierno.

Por otra parte, el CD y CR ejercerán su actividad de oposición al nuevo régimen, en una minoría política que pretenderá desarrollar el control político esencial para el equilibrio institucional del sistema democrático.

En éste nuevo escenario, será fundamental el ejercicio del llamado cuarto poder. La prensa; el periodismo; los columnistas y los formadores de opinión deberán conservar su independencia crítica y la defensa real de los valores y principios democráticos. Por su parte, las fuerzas militares y de policía ya dieron claro ejemplo de su compromiso institucional.

Quedan entonces dos aspectos cruciales que también jugarán su propio papel protagónico. La llamada comunidad internacional y principalmente el pueblo colombiano. La primera seguramente seguirá siendo auspiciadora de la férrea defensa de los Derechos Humanos; y quizás no tanto de acompañar las intenciones del presidente en su propuesta de legalizar el narcotráfico ni en renegociar los Tratados de Libre Comercio. Por su parte el pueblo colombiano dará prudente espera para ver concretadas tantas promesas y expectativas de cambio.

Lo que se observa en el inicio del gobierno, tiene luces y sombras. La reforma tributaria; el cambio de la doctrina militar en el Ministerio de Defensa; el traslado de la Policía hacia el Ministerio del Interior; la llamada “Paz Total”; la prohibición del Fracking para la explotación petrolera y la transición energética; la negativa radical a fumigar con glifosato los cultivos ilícitos; son entre otros, cambios institucionales que generan más incertidumbre que certezas.

Pero también hay luces. El anuncio de la lucha frontal contra los corruptos es quizá la más resplandeciente. La promesa de que la seguridad se medirá más en vidas que en muertes, más allá de una mordaz crítica al uribismo, constituye una esperanza en la mejora sustancial de la violencia y la inseguridad. El presidente Petro es sin duda un político inteligente, hábil y estratégico; pero como él mismo lo ha advertido; corre el riesgo de que la lisonja de sus amigos lo conviertan en un preso del poder y lo aíslen de su cercanía con el pueblo;   clara y contundente alusión a lo ocurrido con Duque.

En conclusión, la carga ideológica de su discurso, adobada con su promesa de dialogar para concertar las grandes reformas estructurales que durante tantos años venimos esperando, constituye sin duda una esperanza.

En mi caso, no percibo que quienes ahora dicen ser sus amigos del gobierno, estén realmente dispuestos a acompañarlo en ese propósito. La encarnizada lucha que estamos viendo por la Contraloría, puede ser el inicio del rompimiento. Ello me permite avizorar que el cambio gira hacia una Asamblea Nacional Constituyente.

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